miércoles, 24 de mayo de 2017

Atención a la diversidad

En mi larga práctica profesional siempre he tenido algo muy claro: no hay alumnos malos, sino el alumno con problemas concretos e individuales que, en cada caso, exigen una atención específica de acuerdo con su propio sistema autodefensivo.
H. Benson explica con toda claridad donde radica la raíz de nuestros comportamientos, así como también las posibilidades de cambio. “A lo largo de los años -dice- en el cerebro se van formando “circuitos” y “canales” de pensamiento, es decir, vías físicas que controlan la forma en qué pensamos y actuamos. Muchas veces, estas vías o hábitos llegan a estar tan fijados que se convierten en los que yo llamo “instalación”, tal  como hablamos de instalación eléctrica. Es decir, los circuitos o canales llegan a estar tan empotrados que parece casi imposible transformarlos. De hecho se convierten en parte del cerebro, en parte de nosotros mismos... La cuestión de cómo se pude cambiar un mal hábito, resolver un problema o adquirir una actitud nueva se reduce a crear un vehículo de comunicación nuevo como resultado de un tipo de circuito diferente entre hemisferios del cerebro desigualmente desarrollados”.
Desde mis propias vivencias, las siguientes conclusiones: Los seres humanos tenemos todos el privilegio de la unicidad, somos piezas, pequeñas o grandes, del gran puzzles que es el mundo, y la principal misión del educador debería estribar en atender esa maravillosa diversidad que por conflictiva  que nos resulte, es, no obstante, fracción que no podemos obviar y que tenemos la obligación de rescatar y “reparar” creando circuitos nuevos de comunicación que vayan en línea con la auténtica personalidad individual. Muchas veces esas instalaciones cerebrales han sido  provocadas por ignorar las auténticas capacidades e inteligencias de los alumnos a los que hemos ido tachando en su largo proceso escolar de malos alumnos a los que hemos sermoneado en exceso, corregido y anatematizados como fracasados.
Desde mi punto de vista los alumnos no fracasan jamás; somos los educadores, en general, los que con nuestros manidos modos de entender al ser humano, fracasamos al intentar lograr un resultado total  dónde no hay sumandos sino una maravillosa diversidad.
También los padres deben estar atentos a estas diferencias individuales de sus hijos, y no establecer comparaciones, ni categorías que conlleven una sobre valoración de capacidades sobre otras. Se impone una necesaria reflexión: En este mundo moderno buscamos, valoramos y dedicamos muchos esfuerzos a ser más que el otro, y pocos o ningunos a ser otro.
No se podría  decir que un árbol es gigante y un rosal, pongo por caso, enano., porque ambos embellecen jardines y plazas y, sobre todo, porque ambos, desde su diversidad, son el oxigeno que respiramos.

Miremos, pues, a nuestros hijos, a nuestros alumnos, a nosotros mismos como lo que somos: únicos e irrepetibles.

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