Fue una mañana cualquiera
de un día de lunes cualquiera. Una pequeña de nueve años, reivindicativa
se acercó a mi mesa: tú siempre
llamas a “María” para que ponga la fecha en la pizarra –costumbre
de antaño, seguramente-. Sí –le contesté-, porque es la más alta y llega hasta
el borde de la pizarra. Pues yo – y
aquí viene la trascendente lección-, si me subo en una silla, también llego.
Aquel día, y ya para siempre, un rotundo propósito: tener
siempre a mano la “silla” desde la cual, cada alumno, cada ser humano que se cruzara en
mi vida, pudiera llegar a lo más alto.
No se nace sabiendo,
pero se aprende, se hace camino...,
viviendo.
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