sábado, 2 de junio de 2012

Reflexiones Pedagógicas

Hace años comencé a sintetizar mi pensamiento pedagógico en sencillas y breves palabras que denominé Reflexiones Pedagógicas. Más tarde se editó una obra que la editorial tuvo a bien titular Pensamientos Pedagógicos. El escritor Carlos Muñiz, cuando la leyó, exclamó: ¡Esto son Agüerismos!
Llámale como quieras, querido compañero/a. Lo importante no es la denominación sino la utilidad. Si te sirve de algo, ponle el nombre que más te guste. Un abrazo y feliz semana.


Un maestro/a debe saber que no vale tanto la tarea de preparar la lección de cada día, como la ilusión de cada día.

Maestro de oro es aquel que sabe, respeta y valora que jamás un alumno más otro da un igual a dos.

Si los alumnos son copias de sus maestros, ¿qué mostrarán cuando se les exija el original?

Un niño puede parecer un pequeño y transparente vaso de agua. No obstante nuestra mirada debe alcanzar al profundo y tal vez oscuro pozo de su futuro.

Cada alumno es precioso eslabón de una maravillosa cadena que pasa por las manos del maestro. No obstante, jamás debe intentar enlazar dichos eslabones. Sería un esfuerzo inútil, y el resultado, si acaso, unas implacables esposas.

No son las palabras las que pueden hacer daño a un pequeño/a, sino el tono de esas palabras. Ellos saben perfectamente si proceden de un padre o de un padrastro.

Todos los alumnos tienen grandes valores. Si no son apreciables a primera vista, habrá que buscarlos aunque sea con lupa, pero jamás ignorarlos, dejarlos perdidos. Sería como volver la espalda a un filón de oro.

Jamás un maestro debería ser sastre de talla en serie. No son hábitos, sayales, lo que precisan los alumnos, sino vestidos a medida.

¡Qué importa el color de la piel de nuestros alumnos/as, si en los ojos de cada ser humano brilla la blanca luz de una estrella? No pongamos barreras en la tierra de todos porque eso equivaldría a ir apagando estrellas y podríamos quedarnos a oscuras para siempre.

 

Estoy totalmente convencida, y así lo he practicado, que la verdadera pedagogía, aquella que libera del fracaso y logra autoestima, tan imprescindible para que el ser humano, en la medida de sus capacidades, sea un triunfador, precisa tres ingredientes: ilu­sión, creatividad y mucho amor.

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